By: Marina Leitner
“En tus ojos de agua infiniiiita se bañan las estrellitas, mamá”
Llegué hoy con el Watunakuy y la semana de convivencia en el corazón.
Llueve en Buenos Aires: limpia, lava y riega.
Riega las semillas que traje desde el Cusco.
Me baño en el agua que me mandaron mis hermanas.
Estrellita-noctiluca-wasi.
Voy entendiendo-
Sintiendo.
(Las gotas) repiquetean en el asfalto.
Porque acá no hay tierra.
(Algo repiquetea en el asfalto, repiquetea)
Repiquetean como las agujitas con medicina en mi espalda.
Medicina de muña y salvia también en el agua.
“¿Piqchas?”
“No es imperio, ni palacio, ni nobleza. Eran maestros”
Me dijo Yovana en el Quorikancha.
Cambiar poder –
por medicina.
“Don Julio es quien conversa con el cielo”
Mamá Quilla es la que le dicta.
K’intus, Q’ea, Queromarca, chicote, Raqchi,
Apu Champaqui,
cebo, humo, fuego
ofrenda, paquete, bundle.
Atravesamos un umbral, todxs lxs que estábamos lo sabemos
Nos descalzamos
se transformó el tiempo
Nos respondió la madre cóndor.
Hermanas
13/6
Salí del aeropuerto del Cusco y todo el mapa de la ciudad se apareció en mi cabeza. Había memorizado y olvidado tantos mapas en los últimos 3 años. Pero ahora podía ver claramente todas las partes de la ciudad donde había vivido por un mes.
Llegué a la casa/oficina de Elena: nos abrazamos fuertemente y sonreímos.
Había conocido a Elena Pardo en noviembre de 2016, al principio del viaje noctiluco. Había querido encontrarla para visitar su organización, CEPROSI (Centro de Promoción de Sabidurías Interculturales), que trabaja justamente con programas de educación intercultural en escuelas. En ese entonces ella me había dicho: “Cuando acabes todo el viaje, cuando hayas caminado, vuelves para el Watunakuy, aquí al Cusco. Verás como te llena de energía para comenzar a compartir en tu tierra.”
Entonces, había una promesa, una especie de profecía, desenlace de historia, cierre de capítulo. y había el cariño por Elena, con quien habíamos seguido en contacto durante estos años, las ganas de compartir con ella, de aprender, de intercambiar, de escuchar, de dejarme guiar y de abrazar.
Y había la curiosidad por experienciar el Watunakuy
y era año nuevo andino
y la semana próxima estaba mi cumpleaños
y mi mano.
Muchísimo.
Finales y comienzos
Gracias a la Red de Ecoversidades pude volver, justo cuando todo esto.
El soroche
Le dicen así en Perú. En el noroeste de Argentina decimos que estamos apunados. Esto pasa cuando, por la altura, nuestros cuerpos experimentan una falta de oxígeno a la que no estamos acostumbrados. En general dura un día o unas horas: de sentirse mal, estar lentxs. Ya me había pasado en Jujuy, pero esta vez, en la primera tarde/noche en Cusco, fue más profundo: mareo, dolor del cuerpo, puntada en la cabeza que casi no me dejaba abrir los ojos, respiración lenta, dificultad para moverme.
El cuerpo, y la Pachamama (que en realidad son lo mismo), son sabios. Al estar así sentí que lo mejor sería recostarme: ojos cerrados, quieta, esperar que pasara, descansar. Mi cuerpo me gritaba.
Al dolor físico se sumó un dolor más profundo, de adentro: tuve ganas de llorar, fui a lugares oscuros dentro mío, me enfrenté con miedos, cuestionamientos, mi parte tenebrosa. Era un proceso parecido al segundo día de ayuno en India, o al vientre de uno de los temazcales del año pasado. Me sentía mal, mal, mal, pero creo que ese mal es necesario para un próximo renacimiento. Como dicen, una semilla necesita oscuridad para nacer.
Me parece interesante que en estos lugares a los extranjeros nos agarre el soroche: es como una especie de rito de pasaje, de preparación, como una puerta de entrada al mundo andino, que nos permite dejar atrás, afuera, algunas cosas, limpiarnos antes de entrar. Y descansamos, y al día siguiente estamos más livianos. El cuerpo también nos enseña.
Watunakuy
Decidimos con Elena que hiciera mi estancia durante este tiempo para que pudiera participar del Watunakuy, evento que estructura gran parte del trabajo de CEPROSI.
El Watunakuy es una ceremonia, celebración, ritual, intercambio de semillas y saberes, conversación con el ayllu (1), tiempo/espacio de regeneración cultural y espiritual, una práctica que ha sido retomada después de la colonización hace 14 años. Se lleva a cabo en el centro ceremonial Raqchi y en las comunidades cercanas: Q’ea y Queromarca. Participan en general estas comunidades, comunidades vecinas, estudiantes y maestros de las escuelas que siguen el Programa de Educación Intercultural de CEPROSI (de diversas partes de la región del Cusco), y hermanos y hermanas del ayllu Watunakuy (comunidad Watunakuy) que se ha ido tejiendo a lo largo del tiempo, de otras partes del Perú y de Latinoamérica. Este año éramos cerca de 2000: niñxs, jóvenes, adultos, abuelxs.
Preparación
Quedaban pocas cosas por hacer. Sobre todo quedaba para quienes venían organizando desde hace semanas, serenarse y concentrarse. Sí faltaban hacer los más de 300 k’intus, que igualmente aportaban a este proceso de realentar y armonizar. Nos pusimos en la tarea con Karina y Yovana. Los k’intus son grupitos de hojas de coca (siempre de a 4, nunca de a 3 como la iglesia Católica intentó imponer) que pegábamos con cebo de alpaca y decorábamos con una florcita. Los k’intus contienen las ofrendas, agradecimientos y pedidos que las personas intencionan en ceremonia.
El proceso lleva su tiempo: volcamos las bolsas con hojas de coca en la mesa y debíamos ir eligiendo las más lindas. Debíamos poner bastante cebo amasado para que no se despeguen y aguanten todo un día. Los ofreceríamos al día siguiente en el sitio ceremonial.
– Tardo bastante porque me cuesta con estos dedos.
– No te preocupes. Ya verás como la coca te los sana.
Me duele la mano, se me traban los dedos y también me incomoda la espalda, porque estamos varias horas. Pero es agradable, porque estamos tranquilas, de a ratos conversamos y nos conocemos, nos compartimos música, nos concentramos en silencio. Estas tareas de preparación en general me gustan porque siento que es como una especie de rezo, de concentrarse en la tarea haciendo algo bonito necesario, como que nuestra energía al hacerlo está ahora contenida en esos quintitos, y nuestros cuerpos, a partir del contacto con la coca (la de las manos y la de la boca) ya empiezan a sintonizarnos para mañana. (Y la coquita es sagrada). Es como desgranar maíz, separar semillas, hacer collares de flores, tejer, cocinar para una fiesta.
Al atardecer hicimos una primera ceremonia para traer a los apus (abuelos montañas), y a otras deidades e intenciones que nos acompañarían mañana en el gran día. Los maestros eran Julián y Yovana. Ale con el pututu (2), Gaby con el fuego. Agua florida, K’intus, apus, lagunas, frutos secos, ofrendas, muñequitos, piqchando (mascando coca), los dedos pequeños de Yovana amasando con cariño el cebo sobre una estructura de alambre con forma de llamita. Brillantina dorada. Maíz dorado. Todo sahumado. Extendido sobre la mesa, y en mandala de ofrenda y empaquetado, con un moñito cuidadosamente atado. Con los alientos, palabras, intenciones y energías de cada unx. Con la presencia de los apus convocados que ahora nos acompañaban. Un regalo hermoso para la Pachamama.
Dijo Elena: un renacer de una consciencia de crianza encariñada.
Durante la ceremonia las semillas, la coquita y los apus me recordaron algunas cosas y me dieron algunas enseñanzas. La ceremonia estaba alternada de pronto con alguna conversación o una risa, era solemne pero a la vez relajada y alegre, como la música andina.
El encuentro (abajo de las fotos continúa el texto)
El Watunakuy es una celebración y ceremonia de respeto y agradecimiento hacia “la naturaleza” y las deidades. Caminamos primero hacia una waka. Luego, hacia otro sitio donde realizamos una gran ceremonia en círculo. En ambos lugares: palabras, ofrendas, saludos, arrodillados, dar de tomar a la Pacha. Honramos a los 4 elementos, recordamos que somos hermanxs de un gran ayllu y que todxs debemos ser criados amorosamente y respetados. Las ofrendas son bonitas, coloridas, como las ropas que todxs llevamos. Queremos ofrecer lo mejor que tenemos en agradecimiento.
Al llegar a Raqchi, el sitio ceremonial principal del evento, agradecemos y le cantamos a la Madre agua. Visitamos las fuentes y nos reunimos en torno de la laguna principal. La canción es como un himno amoroso y las banderas son acariciadas por el viento. Todxs lxs niñxs cantan. Todxs cantamos. “Agua de luz, agua de estrellas, Pachamama viene del cielo”. Luego, al atardecer, en el centro de la construcción, contemplamos como Tata Inti (el Sol) comienza a ponerse, justo entre dos columnas (3). Y justo, también, en frente, sale Mamá Killa (la Luna), y se saludan. Ambos comparten el cielo esta tarde. Es el último día del año andino en que esto sucede.
Levantamos los brazos, suenan Pututus, recibimos la energía, nos bañamos, nos dejamos criar. Recordamos que todos los apus nos están acompañando. Al día siguiente recibimos los primeros rayos del Sol con cantos y danzas. Los niñxs fueron lxs encargadxs de conversar con el Sol y las nubes para que no lloviera.
———-Elena siempre dice que debemos recuperar la sacralidad.
Watunakuy en quechua quiere decir algo como “anudar”. En el Watunakuy nos anudamos entre nosotrxs y entre todos los seres que habitan este mundo. Recordamos y nos sentimos parte de un gran tejido de humanos, deidades, semillas, apus, animales, sol, luna, tierra, todo lo que nos rodea.
Nos encariñamos, nos criamos, reímos, meditamos, contemplamos en silencio, escuchamos, nos ayudamos a escalar, sentimos, ofrendamos, cantamos, danzamos, nos abrazamos, nos conocemos y nos hermanamos. Diferentes comunidades de la región del Cusco se vuelven a mirar y sonreír, vuelven a compartir. Los niños juegan mezclados y libres. Se recuerdan todxs como parte del mismo pueblo.
Después del caldo que nos ofreció la familia de Julián a los invitados, llegué a la plaza principal de Q’ea, donde iniciaría todo. Había música, varias “bandas” ensayando a la vez, niñxs corriendo, ruido, humo, desorden, lleno de una ansiedad alegre. Movimiento y caos. De pronto, aunque no escuché ninguna indicación, todo se empezó a ordenar. Todxs sabíamos cuál era nuestro lugar, qué hacer, por donde caminar. Pututus en armonía, sahumo: empezó la peregrinación hacia la waka. 2000 personas como parte de un mismo cuerpo nos organizamos sin palabras.
Caminar es una parte importante del Watunakuy: caminamos hacia la waka, caminamos por el camino de Tierra, caminamos por la ruta de asfalto dejando sólo un carril para los autos. Caminamos luego cruzando una sierra, pisando entre piedras, caminamos entre un campo de trigo en la llegada a Raqchi. Algunos caminan con sandalias entre las piedras, algunos van saltando, danzando, cantando, algunas llevan bebes en la espalda, otros instrumentos, otros las semillas en alza. Unos abuelos piedra parecen estar conversando, con Martín ambos lo notamos, como si compartieran un cigarro, yo siento que se pasan el mate. Apreciamos los colores de las plantas con las que nos encontramos en el camino, tratamos de reconocer las medicinales. Algún niño nos enseña.
Son un pueblo de caminantes. El camino está vivo, acompaña, enseña, no es sólo una vía de tránsito. El camino nos cría, es un integrante del Watunakuy. Y caminar también es retejerse, volver a conectar pueblos que se habían distanciado, incluso tierras lejanas que después de la colonización se habían separado en estados. Miramos lo que miraron. Pisamos lo que pisaron. Las semillas también vuelven a caminar.
————Fortalecer caminos.
De a ratos me trato de alejar del grupo para verlo con un poco de distancia. Somos una serpiente ondulando por el asfalto, doblando en la curva y luego subiendo la montaña.
Somos como un río encendido.
Soy parte de este gran cuerpo que camina.
Las protagonistas de todo el evento (como lo dice Elena), quienes nos convocan, son las semillas. A través de la ceremonia recordamos que son nuestras madres, recuperamos su sacralidad y recordamos su centralidad para la existencia de la vida.
Las semillas fueron llevadas en alza a lo largo de toda la peregrinación (“Antes llevábamos ahí al santo”, me dijeron), fueron el centro de las ceremonias, fueron agradecidas, recibieron ofrendas y también pedidos e intenciones.
Al atardecer, cuando el Sol se ponía y la Luna salía, fuimos invitados a poner todxs nuestras semillas en el centro. Y luego, a lo largo de toda la noche, algunos nos quedamos en vela, alrededor de ellas y del fuego, y les cantamos, les bailamos, las hicimos partícipes de conversación, las dejamos bañar con la luz y energía de la Luna y las cubrimos del frío y del viento cuando sentimos necesario.
Así se revitaliza su ánima.
Al día siguiente, luego de recibir al Sol y abrazarnos entre todxs deseándonos un buen año, se realizó el intercambio. El Watunakuy es un intercambio de semillas. Intercambiamos semillas nativas para que vuelvan a caminar y a repoblar llenándonos de abundancia. No queremos semillas manufacturadas. Queremos recobrar la armonía y el buen vivir. Contribuimos a la biodiversidad y con este gesto también honramos y reafirmamos toda diversidad. Contribuimos además a la suficiencia alimentaria, que es diferente de la más famosa antropocéntrica “seguridad alimentaria”. Suficiencia alimentaria quiere decir “sembrar de todo, para comer de todo, entre todxs”, y “todxs” es toda la comunidad: runas (personas), wakas (deidades) y sallqa (naturaleza).
“¿Y cómo se organiza el trueque? ¿Cómo saben a quien intercambiar? ¿Cómo sabés cuántas semillas de otrx le corresponden a tus semillas?” me preguntaron cuando volví a Bs As. Estamos acostumbrados a comprar desde una mirada de escasez, intentando lo menos posible pagar. Pero al intercambiar acá yo sentía que con lxs otrxs éramos parte de una misma comunidad, y sentía que las semillas que me ofrecían a cambio de las mías de albahaca eran tan especiales que quería darles la mayor cantidad. El valor lo fijaban nuestros corazones y el respeto por lo que estábamos intercambiando. Una lógica del cuidado del otro, de abundancia, de vida.
Finalmente, para mí el Watunakuy también es regeneración cultural y espiritual. Es recuperación y reafirmación de prácticas, saberes, sentires y mirares, gestos, haceres, vestires ancestrales que habían sido interrumpidos y silenciados por la invasión. Es una forma de reclamar “esto somos”. Es promover un espacio/tiempo de encuentro en el mundo andino. Es una revivificación de una cosmovivencia.
Me llevo de recuerdo lxs niñxs orgullosos, divertidos, llenos de energía danzando, cantando y vistiendo sus ropas típicas. Coreografías ensayadas. Explicaciones mientras caminábamos sobre cómo es la chacra y lo mucho que les gusta ir al encuentro. La comida.
Primeros ecos
Al día siguiente se llevó a cabo una evaluación amorosa del encuentro. Los organizadores, algunos abuelos e invitados de diferentes contingentes del gran ayllu nos reunimos en Saqsayhuaman (4) (alejados de la parte turística; nunca había estado en estas terrazas y sierras). El equipo de CEPROSI tendría reuniones otros días en las escuelas. (Todas las voces son escuchadas.)
Me pareció hermosa esta evaluación, diferente a las evaluaciones institucionales a las que estamos más acostumbrados. Después de una pequeña y corta ceremonia en un lugar sagrado de todo el conjunto de Saqsayhuaman (5) nos sentamos en el pasto, sahumamos y comenzó a circular la palabra: cuáles eran nuestras primeras impresiones del encuentro. El foco estaba puesto en lo que habíamos sentido, en lo que nos había conmovido, lo que nos había llamado la atención, lo que habíamos aprendido. Todxs hablábamos desde el corazón.
Cusco. Ayni
Estar en el Cusco de nuevo también tenía todo un significado personal para mi journey. Caminé por las mismas calles que había caminado hace dos años y medio. Me fui hasta la puerta del hostel donde me había quedado, recordé a las personas que había conocido, las aventuras que habíamos compartido. Las comidas, vegetales y frutas del mercado ya no me parecían tan extrañas. Almorcé en el restaurant que me gustaba en aquella época, espié desde el mismo balcón lo que sucedía en la calle, recordé una historia que se me había ocurrido ahí sentada, y esta vez la escribí. Tomé chicha, recordé en qué pensaba desde ese mismo balcón. Era tiempo de expectativa, de maravillarme, de sorprenderme, de sentirme libre, de emoción en el pecho, de ir de un lado para el otro para intentar verlo todo. Ahora sigo maravillada, libre, emocionada, quizás aún más todo esto. Pero cambié expectativa por esperanza, y paso de caracol tranquilo que abraza en vez de intentar abarcarlo todo – o eso estoy intentando.
Tenía una tarea importante y pendiente desde 2016: devolver el ayni (6) a Norberta en Chinchero.
En aquel tiempo había decidido que quería aprender telar de cintura y entonces me había ido a Chinchero, un pueblo a 40 minutos de Cusco, de donde vienen muchos de los tejidos que se venden en la ciudad. Ahí había conocido a Norberta, que cuando se enteró que quería quedarme a dormir para aprender a tejer y que estaba viajando conociendo proyectos de educación “alternativa”, con su “Ya vemos” terminó sólo cobrándome muy poco por quedarme en su hotel y nada por las lecciones de tejido. Entonces nos levántabamos muy temprano en la mañana y subíamos a su taller, que queda dentro del sitio arqueológico, y urdíamos y tejíamos entre paredes Incas y buscábamos hierbas en la montaña para teñir la
lana. El tiempo con Norberta me había ofrecido aprendizajes fundamentales para el comienzo del viaje.
Había ido con otra chica, Marta, que había conocido allá.
– Son casi mis primeras alumnas. A mí me gustaría enseñar más. Me gustaría tener una cartelera para que los turistas pudieran ver lo que hago.
Entonces sacamos muchas fotos pero no terminamos armando ninguna cartelera.
Esta vuelta, me fui para su casa. Como había perdido su número de teléfono me fui directo. Se sorprendió, nos abrazamos, le di las fotos impresas para empezar la cartelera, almorzamos en familia y nos fuimos para la fiesta que había en el sitio arqueológico del pueblo.
4 brujitas en la casa
Lo que no podemos explicar
O no queremos
O no debemos?
En esta estancia de tan sólo 10 días hubieron muchos momentos en que mi espíritu fue movido de formas que no puedo explicar. En que la crianza mutua, el gran tejido, el mundo más que humano se hizo evidente en mí. Era tangible en mi cuerpo y en mi alma, o ánima o espíritu.
Un día salimos 6 personas hacia Waqra Pukara. Salimos a las 3 am y regresamos a las 12 de la noche. Caminamos casi todo el día bajo la mirada de los abuelos apus, con la fuerza de la muña y la salvia, con la música del pututu, nuestras risas y fascinación, el cansancio. Nuestro grupo y las montañas.
Cuando atravesamos las 3 puertas el tiempo se transformó. Conversé, canté, dancé y sentí.
Nos respondió la madre cóndor.
Salimos todxs hermanadxs
conmovidxs
Otrxs.
Hace unos años, cuando estaba en India, en una granja-universidad que se llama Navdanya, me agarró una otitis extremadamente grave: fiebre, supuraciones, aturdimiento. Me sanó con aceite de mostaza y mucho amor Jit Pal, un experto en plantas medicinales. Luego de las sanaciones diarias pasábamos un rato mirando el horizonte desde el techo de su casa.
– Casi nunca atiendo a los extranjeros.
– ¿Y por qué me recibiste a mí?
– Porque vos no me preguntaste “por qué, cómo”.
Esta vez había llegado al Cusco con dos dedos de la mano derecha paralizados y el brazo con movimiento limitado. Con Elena, la coca, Mamá Killa, las semillas, los apus, los maestros, el sahumo, las ofrendas, las intenciones, las agujas y la energía del universo los sanamos.
Corazonando hacia el futuro
Una vez que Elena pudo relajarse después de la gran tarea que supone coordinar un Watunakuy, compartimos bastante tiempo juntas, entre nosotras dos y entre las 4 que vivíamos en su casa. Intercambiamos historias, opiniones, ceremonias, sanaciones, también pesares. Pero, sobre todo, soñamos, soñamos mucho, y planificamos.
– Decidimos que queremos crear juntas. Fortalecimos una relación de amigas y de mentoraaprendiz.
– Hablamos mucho sobre la sabiduría de las mujeres. Compartimos nuestras experiencias de proyectos pasados y compartimos algunas ideas para seguir danzando alrededor de este
tema.
– Comenzamos a corazonar el Watunakuy Córdoba, Argentina, como parte de una expansión de Watunakuys por todo el Tawantinsuyo, que ya se está dando. En el caso Cordobés, no seremos ansiosas, iremos de a poco, para estar listas cuando sea el tiempo. Comenzaremos por guardar semillas y por organizar pequeños intercambios.
– Tuvimos una idea: el Yachay Mujuy Ayllu (Semillas de Sabiduría en Comunidad), un trayecto/camino formativo intensivo y vivencial en pedagogía de la chacra enraizado en la cosmovivencia andina para educadores formales e informales. Frente a la situación actual de nuestra Pachamama, vemos con urgencia la necesidad de compartir con personas de todas las latitudes del continente la sabiduría de la chacra andina y creemos que los espacios educativos, por ser extensivos, son buena tierra para sembrar. Sólo hace falta abonar, digerir,
transformar. Hoy en día ya hemos redactado un proyecto y estamos en la búsqueda de financiamiento.
*La tercera foto fue tomada por Yolanda y la séptima por Yovana
(1) Palabra en quechua que significa comunidad, formada por seres humanos, seres no humanos y seres más que humanos.
(2) Instrumento de viento andino creado a partir de un caracol.
(3) Todo astrológicamente calculado hace 600 años.
(4) Uno de los sitios ceremoniales más conocidos. Se encuentra arriba de la ciudad de Cusco.
(5) Las ceremonias están prohibidas por el gobierno en los sitios ceremoniales/arqueológicos. Lo que no está prohibido es la filmación de ceremonias ficticias (y a veces ridículas) para películas extranjeras.
(6) Ayni se traduce como reciprocidad y es en general un valor del mundo andino. También era una de las tres formas de trabajo Inca (mita, minga y ayni). La mita era el trabajo obligatorio en favor del Imperio. La minka o minga era el trabajo comunitario que realizaban todos los integrantes del ayllu (comunidad) en favor del mismo ayllu, generalmente la construcción de una obra pública. Por último, el Ayni era un sistema de trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros del ayllu: una familia ayudando a la otra en la construcción por ejemplo de su casa, sabiendo que luego, la familia ayudada reciprocará cuando pueda y cuando la otra lo necesite. No había un valor monetario por esta ayuda, sólo el compromiso de dar luego. En Chinchero, cuando había ido la primera vez, el mercado todavía funcionaba con trueque, y sentía el ayni en el ambiente. Ahora, después de iniciada la construcción del aeropuerto, en el mercado sólo se compra y vendeL