Huellas Matriarcales y poder patriarcal

Por Irene Ragazzini

 

Pasaje:

Introducción

Con este pequeño libro, quiero compartir una reflexión sobre el desarrollo de las estructuras patriarcales que rigen nuestras sociedades, entendiéndolas como una construcción social e histórica y por lo tanto no universales, ni naturales, ni totalizantes. En primer lugar recupero algunos principios, instituciones y prácticas que, a lo largo de la historia social de la humanidad, dan cuenta de formas de organización social no patriarcal, para comprender a fondo de lo que fuimos despojadxs y desarrollar la capacidad de reconocer lo que no es patriarcal dentro de nuestras culturas, teniendo así más elementos para construir un imaginario u horizonte social más allá de los patriarcados. En segundo lugar, recorro algunos momentos claves de la historia humana que significaron cambios profundos de organización social y que permitieron que los principios de re-organización patriarcal se extendieran y penetraran de manera muy honda en nuestra forma de pensar, de sentir y de relacionarnos. Me enfoco en especial en el proceso de América Latina y su particularidad en cuanto a sus huellas matriarcales y el génesis de sus estructuras patriarcales de dominación. A partir de esta reflexión, llego a formular una serie de preguntas que pueden ser útiles para pensar los retos políticos que tenemos como personas, familias, grupos, colectividades, organizaciones, comunidades y movimientos y, en particular, como mujeres, que estamos de muchas maneras cuestionando la forma de organización y dominación social patriarcal en la que vivimos.

Cuando hablo de los patriarcados me refiero en términos generales a las sociedades de dominación: sociedades que se fundan sobre la coerción de las libertades y la sumisión de la naturaleza y que, por lo tanto, mantienen la guerra en un lugar importante de su escala de valores. Son sociedades que se han desarrollado a costa de la conquista, esclavización o explotación de otros pueblos y que han construido todo un sistema de principios y una mentalidad que les ha servido para mantener su poder y su hegemonía cultural 1 (Gramsci, 1971). Hablo de patriarcados en plural, porque en la historia humana ha habido muchas sociedades de la dominación, y no todas iguales, pero sí todas han tenido algunos elementos en común, que profundizaremos en el curso de este librito, y que se pueden resumir bajo la idea de destruir los órdenes sociales libres que se organizan bajo principios de armonía con la naturaleza y la vida. Estas sociedades de dominación y de guerra, tienen un origen mucho más antiguo de lo que el análisis marxista señala como el origen del sistema de opresión capitalista y la “acumulación originaria” como “el” punto de inicio de nuestro sistema de opresión. Según Marx:

“Esta acumulación originaria desempeña en economía política aproximadamente el mismo papel que el pecado original en la teología. Adán mordió la manzana y con ello, el pecado se posesionó del género humano. Se nos explica su origen contándolo como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos había, por un lado, una elite diligente, y por el otro una pandilla de vagos y holgazanes. Ocurrió así que los primeros acumularon riqueza y los últimos terminaron por no tener nada que vender excepto su pellejo. Y de este pecado original arranca la pobreza de la gran masa (que aún hoy, pese a todo su trabajo, no tiene nada que vender salvo sus propias personas) y la riqueza de unos pocos, que crece continuamente aunque sus po-seedores hayan dejado de trabajar hace mucho tiempo”. (Karl Marx, 2004: 891)

Sin embargo, el nacimiento de las sociedades de dominación es más antiguo que la transición del feudalismo al capitalismo, al nacimiento de la economía de mercado y de los estados modernos europeos. Mirar y analizar la historia de la opresión desde un punto de vista que incluya y trascienda el lente económico y vaya más allá de la construcción social y “científica” de la “modernidad occidental”, es imprescindible para entender el presente.

¿Por qué no llamarlas simplemente sociedades de dominación, imperios, sociedades esclavistas, sociedades gue-rreras o colonizadoras, Estados-Nación? ¿Por qué la necesidad de llamarlas patriarcados? Esta pregunta se contestará a lo largo de todo el texto, pero de entrada una primera respuesta general se encuentra en que una de las medidas fundamentales que estas sociedades han ejecutado para imponerse, históricamente y de manera sistemática, ha sido la de destruir y aniquilar política y espiritualmente los ámbi-tos de sabiduría, libertad y organización de las mujeres, que constituían el pilar fundamental alrededor del cual se organizaban las sociedades libres e igualitarias. Las sociedades o culturas patriarcales, una y otra vez, a lo largo y ancho del mundo y de su historia de dominación, han construido, bajo distintas argumentaciones y con distintas instituciones, desde los ámbitos domésticos hasta los de gobierno, un poder masculino, jerárquico y fundado sobre el despojo: de los territorios, de los cuerpos, de las mujeres, de las niñas y niños, de otros pueblos, de las formas de relación social libres.

Ahora bien, este proceso de patriarcalización del mundo que empezó hace más de 5000 años y que sigue en curso, se ha enfrentado a lo largo de la historia, y se enfrenta todos los días, con innumerables resistencias, luchas y formas de vida que obstaculizan los planes de reordenamiento social y territorial en clave patriarcal. ¿De qué manera podemos entender mejor estas resistencias? ¿A qué responden? ¿Con qué memoria larga —escrita en los cuerpos— se conectan? Pareciera ser que se trata de la misma vida que se manifiesta y, a pesar de todos los intentos de coartarla y reprimirla, emerge en los cuerpos particulares de las personas, en los “cuerpos sociales” y en diferentes expresiones de la naturaleza. Esta memoria larga, o esta vida que se rebela, si se “deja ser” más allá de la razón patriarcal, como observamos en las plantas y en los animales, no es caótica, sino que va multiplicándose de manera biodiversa en múltiples ecosistemas con claros equilibrios interdependientes. Lo mismo ocurre con las sociedades humanas en sus contextos y ecosistemas: cuando están vinculados cuerpo-territorio de manera libre, se organizan socialmente en consecuencia.

Es importante recuperar la coherencia, el sentido, los principios, las instituciones y las prácticas de las sociedades humanas que se organizaban u organizan poniendo los principios de la reproducción de la vida en el centro, en lugar de la dominación. Muchas se han perdido o se han mantenido sólo algunos elementos de ellas, lo que nos hace difícil recuperar su integralidad y coherencia, pero de otras tenemos testimonios en el presente o en tiempos recientes. En este sentido, los estudios antropológicos pueden ser de gran ayuda. Sin embargo, no antes de haberlos pasado por el filtro de la crítica a la ideología patriarcal. La antropología es un campo de conocimiento que nace en el seno de la ciencia patriarcal moderna, con el objetivo de conocer a los pueblos llamados “indígenas” y poderlos colonizar. Como en todos los campos científicos occidentales se ha caracterizado desde sus inicios por ser una ciencia de hom-bres provenientes de las sociedades supremacistas europea, norteamericana y blanca australiana, que identificaban el dominio colonial con la supremacía masculina y por lo tanto, la mayoría de las veces han sido incapaces de comprender el mundo en una clave no androcéntrica. Evidentemente, ha habido antropólogos y antropólogas, así como arqueólogas e historiadoras, que han ido a contracorriente y han constituido voces importantes para entender el mundo desde otro lugar de comprensión, u otro “paradigma”, si queremos usar el lenguaje científico. La escuela que considero que mejor ha sistematizado la búsqueda de la materialidad y espiritualidad matriarcal es la de los Estudios Matriarcales de la alemana Heidde Goettner-Abendroth.

Aquí vale la misma pregunta sobre los términos: ¿por qué no hablar simplemente de sociedades libres, igualitarias, comunitarias, pacíficas, no jerárquicas, “sin estado”?, ¿por qué hablar de matriarcados? La respuesta no es abstracta, sino que tiene fundamento histórico y social: la evidencia dice que el principio fundamental y común (si bien declinado en formas distintas dependiendo de los contextos) de estas sociedades “libres” en diferentes puntos de los cinco continentes y de la historia, han sido la matrilocalidad y la matrilinealidad de los núcleos familiares, y toda una serie de prácticas y formas de organización social y política alre-dedor de este principio general y organizativo. Esto significa que el linaje se desarrolla en línea materna, es decir que el parentesco, o las familias (en términos coloquiales), se organizan alrededor de la línea de descendencia la de las madres. De esto derivan ciertos tipos de organización de la forma de habitar, de la organización económica, de la espiritualidad, de la organización política. Pareciera entonces existir una conexión entre la matrilocalidad/matrilinealidad y la libertad/autonomía de las mujeres, y una fuerte conexión entre la libertad de las mujeres y la libertad de la sociedad entera. El término matriarcado por lo tanto no significa “dominación de las madres o de las mujeres”, sino “en el origen, arqué, las mujeres”2 (Von Werlhof, 2005), subrayando la capacidad de gestar de las mujeres como principio de la vida de los mamíferos, alrededor del cual se nuclean muchos otros principios sociales organizativos.

Presento, por tanto, un panorama general sintético de las sociedades matriarcales y sus formas de organización social, que articula entre sí las formas de habitar y de parentesco hasta la espiritualidad, la organización económica y política. Este análisis toma ejemplos de diferentes latitudes y épocas históricas, para luego, en la segunda parte del texto, empezar a reconstruir un camino de comprensión de las huellas matriarcales en el continente americano.

En la tercera parte del texto paso a analizar el desarrollo de las sociedades patriarcales, su desarrollo temprano y su evolución, enfocándome en el desarrollo de las sociedades estatales, de las religiones masculinas y sobre el desarrollo de la modernidad capitalista. En esta parte enfoco el análisis en el proceso de patriarcalización en América Latina, recuperando el debate feminista latinoamericano. Termino haciendo una reflexión sobre el lugar de las luchas y movimientos sociales desde el lente del análisis presentado. El libro, que plantea una mirada desde dónde seguir pensando y actuando, concluye con una serie de preguntas abiertas para la reflexión personal y colectiva.

1 Gramsci define la hegemonía cultural como “la combinación en donde fuerza y consentimiento se equilibran recíprocamente, sin que la fuerza predomine excesivamente sobre el consenso. De hecho, la intención es siempre asegurar que la fuerza aparezca basada en el consentimiento de la mayoría” (Gramsci 1971: 80).

2 Retomo la explicación etimológica de Claudia Von Werlhof (2005): “Si examinamos la palabra patriarcado desde un punto de vista literal -siendo esto siempre un buen comienzo -y dado que los nombres de las cosas no son aleatorios- vemos que se trata de una combinación de las palabras pater y arché. Pater significa “padre”, y arché básicamente significa “origen”, “principio”, o también, en un sentido concreto, “útero” (Werlhof, 2007). A lo largo de los siglos, el significado de arché pasó a incluir el sentido de “poder, control, dominación”, que, por supuesto, es algo bastante distinto. Generalmente hoy sólo pensamos en este segundo significado cuando vemos la palabra arché, y por consiguiente, patriarcado y matriarcado se traducen con el significado de “dominio del padre” o “dominio de la madre”, y por ende llegamos a la errónea conclusión de que el matriarcado es una sociedad gobernada por las madres/mujeres. Sin embargo, esta es una condición que nunca ha existido: en ningún caso hay evidencia de ello en sociedades pre-patriarcales en ningún rincón de la tierra (véase Weiler, 1993; Lerner, 1991; Göttner-Abendroth, 1988; Meier-Seethaler, 1992; Eisler, 1993). Comparativamente, muchas personas explican y justifican erróneamente al patriarcado como la antítesis lógica del “dominio de las madres o de las mujeres” (Von Werlhof, 2005: 38-39).

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